Hubo una ves en un reino muy muy lejano un guerrero llamado destino. Este titán era imprevisible como la tormenta e inevitable como la muerte. No distinguía ni a ricos ni a pobres, ni justos ni pecadores.
Su esposa era la hermosa libertad la que pocas veces respetaba y engañaba con mentiras. Todos en el reino buscaban ganar su favor divino pero destino era incorruptible como el camino. Algunos trataban de engañarlo, otros lo ignoraban o lo dejaban obrar a su capricho. Pero más tarde o más temprano este guerrero ejercía su voluntad por encima de todo y de todos. Nuca perdió un combate. Atacaba con una lanza llamada certeza y se escudaba en un frágil escudo llamado albedrío.
Su perro se llamaba esperanza y lo seguía adonde fuese siempre fiel, siempre anhelante aunque destino lo apalease.
El peor enemigo de destino se llamaba hombre. Una bestia capaz de morder la mano que lo alimenta, matar sin misericordia y obrar sin conciencia. Un animal idóneo para la sangre pero predispuesto para la grandeza.
¿O viejo destino quién te manda? ¿A quién obedeces? ¿A quién rindes cuentas? No puedes contestar Verdad. Porque eres mudo, porque eres sordo, porque no piensas.
Descansa guerrero. Ama a tu esposa, abraza a tu perro, perdona a la bestia.
J.f Mena
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