Julio Verne a sido fuente de inspiración para millones de personas durante mas de 150 años. El segundo escritor mas traducido de la historia y uno de los padres fundadores de la ciencia ficción. Pero su obra no solo se quedo en el papel dado que aventureros como la intrépida Nellie Bly lograron la proeza de superar hasta su gigantesca ficción.
Para mucho de nosotros nuestro periplo por los libros comenzaron con este señor. '20000 leguas de viaje submarino', 'Viaje al centro de la tierra' y 'La vuelta al mundo en 80 días' entre muchos otros han sabido estimular durante mas de un siglo la imaginación de millones de lectores alrededor del mundo, además de inspirar un sinfín de descubrimientos científicos. Por eso hoy quiero compartir este articulo con ustedes. Pertenece a www.jotdown.es como recordatorio de que soñar es el primer paso hasta para las mas imposibles de todas las empresas.
El
viento que azotaba la cubierta obligó a la joven a quitarse su gorra de
lluvia, no sin cierta dificultad. Después se atusó el flequillo, sujetó
la falda de su vestido de tweed unos centímetros por debajo de
la rodilla y descendió la pasarela que separaba al transatlántico RMS
Oceanic del puerto de San Francisco. Su nombre era Elizabeth Jane Cochrane, pero firmaba todos sus artículos como Nellie Bly. Y llegaba dos días tarde.
Una
tormenta sobre el Pacífico había hecho que la travesía desde Yokohama se
prolongase durante doce días en lugar de los diez que la naviera White
Star Line aseguraba, así que, si los horarios se mantenían, aún iba a
necesitar otros seis días para cruzar los Estados Unidos. Lo bueno es
que sabía que Joseph Pultizer no estaría dispuesto a que los horarios se mantuviesen, por eso no se
sorprendió demasiado cuando el cochero que la recibió en el muelle le
entregó un telegrama que rezaba: «Estimada Miss Bly.
En efecto, en la San Francisco Terminal Railway le esperaba un tren privado fletado por el New York World, el periódico para el que escribía. Lo habían bautizado «Miss Nellie Bly Special».
Tras cuatro días en los que el tren batió todos los récords de
velocidad, con una asombrosa media de sesenta kilómetros por hora, la
joven periodista puso un pie en el andén de la estación de Jersey City,
New Jersey. Allí la aguardaba una muchedumbre vitoreándola, al frente de
la cual destacaba Pultizer, editor y dueño del World.
Eran las 15:51 del 25 de enero de 1890 y Nellie Bly acababa de dar la
vuelta al mundo en setenta y dos días. Lo había conseguido. Había
superado a Phileas Fogg.
Bly
nació en 1864 en el pequeño pueblo de Cochran’s Mills, Pennsilvania, en
el seno de una familia de quince hijos, la mayoría dedicados al trabajo
granjero. A los dieciséis años se mudó junto a su madre a Pittsburgh,
donde Elizabeth intentó terminar sus estudios de Magisterio en un
internado, si bien debió abandonarlos un semestre después ante lo
elevado de las cuotas. En 1885, mientras ella misma trabajaba como
profesora, leyó un artículo en el Pittsburgh Dispatch
con el título «¿Para qué sirven las chicas?». El texto era
profundamente misógino y calificaba a la mujer trabajadora como
«monstruosidad», así que Elizabeth escribió una feroz refutación que
envió al Dispatch
firmada con el seudónimo «Chica huérfana y solitaria». El editor quedó
tan impresionado por la pasión de Elizabeth que le ofreció un trabajo en
el periódico. Elizabeth se convirtió en periodista. Se convirtió en
Nellie Bly.
Tras una emocionante corresponsalía en México donde criticó con vehemencia la dictadura de Porfirio Díaz, y demasiados artículos aburridos sobre moda y sociedad, Bly abandonó el Dispatch y se trasladó a Nueva York. En 1887 conoció a Pulitzer y comenzó a trabajar para el New York World.
En la Gran Manzana no solo fue pionera del periodismo femenino y
feminista, sino también del periodismo incrustado cuando se hizo pasar
por enferma mental para poder investigar las condiciones del Women’s
Lunatic Asylum de Blackwell’s Island. En el reportaje, titulado «Diez
días en el manicomio», se relataban con crudeza las numerosas
brutalidades y negligencias cometidas a diario en la institución mental.
Su publicación provocó un gran escándalo, además de una investigación
por parte del Gran Jurado. También hizo de Bly una periodista de enorme
fama nacional.
Pero a
Nellie Bly no le valía con ser reconocida solo en Estados Unidos. Por
eso, en noviembre de 1888, propuso a Joseph Pulitzer realizar un
trayecto alrededor del mundo. Un viaje que haría realidad la aclamada
novela publicada por Julio Verne
quince años antes. Es más, no solo seguiría la ruta de Phileas Fogg
sino que sería la primera persona en batir su récord de ochenta días.
Pulitzer, poseedor de un finísimo ojo para los negocios, aceptó la
propuesta de inmediato pues sabía de la monumental publicidad que una
aventura de este tipo reportaría al periódico. Y más si era una mujer
quien la llevaba a buen término.
Un año
después, el 14 de noviembre de 1889 a las 9:40, Nellie Bly embarcó en el
buque de vapor Augusta Victoria. Atrás dejaba el puerto de Hoboken;
delante tenía una aventura de cuarenta mil kilómetros que, según el
itinerario calculado con precisión y anunciado a bombo y platillo por el
World,
recorrería en tan solo setenta y dos días. Tenía veinticinco años y
viajaba sola, portando como único equipaje el vestido que llevaba
puesto, un abrigo grueso, varias mudas de ropa interior y un pequeño
neceser de viaje, además de unas doscientas libras esterlinas guardadas
en una bolsa sujeta alrededor del cuello. El resto del apoyo económico
corría a cargo del New York World,
patrocinador y financiador del viaje mediante una agresiva campaña de
artículos publicados a nivel nacional. Tanto fue así que la revista Cosmopolitan envió el mismo día a su propia reportera, Elizabeth Bisland,
para hacer la misma ruta pero en sentido inverso. La carrera entre
ambas periodistas llegó enseguida a las rotativas de todos los
periódicos del mundo, que convirtieron la competición en un
acontecimiento global.
En su
viaje, Bly vivió innumerables peripecias: recorrió Inglaterra, cruzó el
Canal de Suez, atravesó Ceilán, Malasia y los territorios británicos del
sudeste asiático. Sufrió retrasos y desvíos en las rutas navieras y
ferroviarias, sobre todo en la parte asiática del trayecto. Retrasos que
su espíritu periodístico aprovechó para visitar una leprosería en China
o un mercado de animales exóticos en Singapur, donde, por cierto, se
compró un mono. Todas estas andanzas las fue escribiendo en cortas
crónicas que el World iba publicando y más tarde se agruparían en el libro Around the World in Seventy-Two Days,
una novela de gran éxito que incluía una versión del Juego de la Oca,
sustituyendo al ave palmípeda por la intrépida reportera. Allí relataba
su aventura alrededor del mundo, dando fe de que, finalmente, había
conseguido vencer tanto a Fogg como a la periodista de Cosmopolitan.
Sin
embargo, el episodio más plácido pero también más apasionante le
sobrevino al poco de comenzar, cuando llegó a Londres el octavo día de
ruta y recibió una carta manuscrita que decía:
Estimada Señorita Nellie Bly,
Gracias a los periódicos hemos sabido de la extraordinaria empresa que con enorme tesón e innegable valor está usted llevando a cabo. Nos sentiríamos muy orgullosos de que aceptase nuestra invitación y pudiese visitarnos en nuestra residencia de Amiens, donde podríamos departir relajadamente sobre los pormenores de su viaje.
Atentamente:
Jules y Honorine Verne
«Oh, me
encantaría verles», dijo inmediatamente Bly, «Cómo voy a rechazar tal
oferta». Así pues, la periodista sacrificó dos días de ruta y de sueño y
se plantó al día siguiente en la mansión que los Verne tenían en el
centro de Francia. «Los ojos brillantes de Julio Verne me escrutaron con
interés y amabilidad, y madame Verne me recibió con la
cordialidad de una amiga querida», escribiría Bly al reseñar el
encuentro. Pasaron una tarde entera charlando sobre la vuelta al mundo,
sobre Phileas Fogg y sobre los viajes que uno y otro habían hecho. «Solo
he visitado una vez los Estados Unidos», le dijo Verne a Bly, «para ver
las cataratas del Niágara». Pero también hablaron de la imparable
imaginación de Julio Verne, de los vehículos y los artefactos que
aparecían en sus novelas, de las barcazas subacuáticas que recorrieron
el Támesis en el siglo XVII, inspiradoras del Nautilus del Capitán Nemo,
y del submarino eléctrico de Isaac Peral, botado solo un par de años atrás. «Cómo me habría gustado conocer ese artilugio antes de escribir 20.000 leguas»,
dijo Verne. «Cómo me gustaría poder subirme a uno en mi viaje»,
respondió Bly. Hablaron de avances tecnológicos, de automóviles con
motor de combustión interna y de los cables eléctricos que corrían por
el lecho marino permitiendo a la periodista enviar sus crónicas casi al
instante. Hablaron del presente y del futuro.
Paseando
por el salón, la reportera americana descubrió el modesto y pulcro
escritorio del novelista: apenas un tintero, una pluma y el manuscrito
en el que trabajaba. Era prácticamente un reflejo de su técnica. «Monsieur
Verne siempre mejoraba su trabajo eliminando todo lo superfluo, nunca
añadiendo cosas», escribiría. A Bly le pareció que el ingenio ilimitado
de Julio Verne solo podía canalizarse a través de un entorno preciso y
sencillo. Como un maremoto encauzado entre la cuidadosamente recortada
barba cana y la mirada inquisitiva de ese hombre de sesenta y un años.
Pero
había una carrera en marcha y, casi sin darse cuenta, Nellie Bly tuvo
que despedirse. Brindaron con un vaso de vino y la periodista partió con
destino a París y al resto de su viaje. Los Verne siguieron los
progresos de Bly y, al final de la travesía, enviaron un telegrama de
felicitación, que la reportera conservó doblado entre las páginas de su
propia copia de La vuelta al mundo en ochenta días. «Ya le admiraba de antes, pero al conocerle se ganó mi respeto y devoción para siempre».
Nellie
Bly no fue la única persona inspirada por la imaginación infinita de
Julio Verne. Hombres y mujeres tan fascinantes como ella cruzaron la
historia y se apoyaron en la obra del escritor francés para dar forma a
un mundo que cambiaba a la velocidad de la tecnología y al ritmo de la
aventura. Personajes como el cineasta español Segundo de Chomón, que rodaría Viaje al centro de la Tierra en 1909; como el pionero Gaspard-Félix Tournachon, alias Nadar,
que tomó las primeras fotografías aéreas de la historia subido a un
globo aerostático por los cielos del París de finales del XIX; o como Sir Ernest Shackleton, quien cruzó por el continente antártico en 1917, veinte años después de que Verne publicase La esfinge de los hielos.
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