En vista que me está
costando realizar reseñas de los libros que vengo leyendo por falta de tiempo y
mi necesidad neurótica de que sean medianamente aceptable, he decidido cambiar
al menos de momento un poco de rumbo este blog. Por lo tanto mientras tanto voy
a llevar una crónica de una nueva campaña
de rol que he comenzado con un grupo reducido de jugadores. Aquí el comienzo de una leyenda.
Un
poco de historia.
Dirijo rol desde hace unos
15 años (no soy tan viejo tengo 32), actualmente llevo una campaña de Pathfinder con mi grupo regular de unos ocho jugadores, siendo
muchos de ellos parte de mis partidas desde el principio. La historia lleva más
de cuatro años en desarrollo y la denomine ‘Hijos
de Noria’, la que al estilo Malaz
estoy tratando de transformarla en novela.
Pero en este caso Pendragon
es un proyecto mucho más pequeño. Dado que por un
lado la ambientación obviamente no es propia y por el otro son menos de la
mitad de los personajes principales habituales que manejo. Sumado a la falta de material
nuevo en este blog he decido conjugar
ambas cosas en unas crónicas con cierto tinte de cuentos.
El sistema de juego es Pendragon 5.1 y el escenario de campaña es el excelente ‘The Great Pendragon Campaign’. Espero
que ustedes sepan disfrutarla como lo hacemos nosotros al jugarla al mismo
tiempo que porque no buscar inspirarlos para que conozcan y desarrollen sus
propias ideas dentro de este maravilloso universo artúrico de caballeros y
leyendas.
Introducción:
Las cosas habían mejorado
bastante para Verruga desde que Merlín había llegado a la corte. Antes
de arribo del enigmático hechicero el anterior tutor siempre lo golpeaba en la
cabeza con una pesada regla cuando se
equivocaba en sus lecciones de latín, rudimento de lógica o lógica aristotélica.
Obviamente a Kay esto nunca le ocurría
a pesar de ser menos aplicado que el pobre Verruga,
pero la gran diferencia radicaba en que Kay
seria algún día señor de la casa
y un caballero en toda regla, mientras que Verruga
con mucha suerte podría convertirse algún día en su simple escudero.
Claro que Verruga no era su
verdadero nombre, pero ya lo había adoptado casi como tal. Al principio le
llamaban así los otros niños nobles en forma despectiva siendo su origen una
deformación lingüística de su nombre original en la baja lengua, pero con el paso del tiempo el insulto se
había convertido en un mote cariñoso utilizado por todos en el castillo, Verruga era un niño que se hacia
querer. Nadie sabía quiénes eran los padres del chico, muchos decían que era fruto de una concubina y el padre de Kay; Sir Héctor, otros hablaban que había sido abandonado en la puerta del
caserío del castillo con una misteriosa nota u otros rumores contaban que el joven paje
era el hijo ilegitimo de cierto señor
honorable del norte, que protegía un
misterioso y gigantesco muro mágico de
unos salvajes que querían cruzarle. La verdad era que el muchacho estaba solo en el mundo si no fuera por Kay y su padre quien siempre lo había querido como a su propio hijo.
Aquella tarde de invierno el frió era intenso y la nieve azotaba con furia las paredes del castillo. El
fuego crepitaba en la chimenea tratando en vano de hacerle frente a las gélidas
temperaturas que amenazan por congelarlos a todos. Esa tarde Merlín había puesto a estudiar a los
dos jóvenes viejas heráldicas de tiempos antiguos, símbolos de familias que por
una u otra razón había ya dejado de existir fruto de la guerra, la enfermedad o
la vil traición, una tarea más que tediosa para los dos jóvenes pajes.
― Estoy
aburrido. Esto no me sirve para nada y no me va a ayudar a convertir en el mejor
caballero de todo Britania―
Dijo Kay a Merlín con irritación tomando su rostro un color rojo tomate como siempre ocurría cuando sus
caprichos no eran contemplados.
El anciano observo a los
dos jóvenes y sus largas caras de aburrimiento marcadas por el bostezo y mirándolos fijamente dijo lo siguiente.
― Está
bien dejemos los viejos blasones para otro día, les contare una historia. ¿Qué
tipo de leyendas les gustaría escuchar? ― Pregunto el mago con aires de cierta
malicia, utilizando la misma expresión que siempre recurría cuando hacia alguna
pregunta con cierta trampa.
― Una
que tenga espadas mágicas, amores traicionados y caballeros valientes. ― Expresó soñador Verruga
ahora mucho más despierto e interesado.
― Todas esas cosas son estupideces de doncella ¿Quién quiere conocer una historia tan
tonta como esa? Mejor que sea de caballeros, combates y bestias malignas.
Merlín se acicalo la barba como siempre hacía cuando se
enfrascaba en sus oscuras cavilaciones.
― Esta bien, esta historia comenzó en el año 485 de la era de cristo. Siendo
sus protagonistas cuatro jóvenes escuderos que buscaban convertirse en
caballeros y que el destino les deparaba cambiar la historia del mundo entero
para siempre.
El
comienzo:
Todo comenzó en tiempos del Rey Uther Pendragón, que
en aquella época gobernaba todo el país de Logres,
el más grande y poderoso de Britania.
Siendo uno de sus vasallos más reconocidos
el Conde Roderick de Salisbury en
donde cuatro jóvenes escuderos estaban entrenándose para convertirse en
verdaderos caballeros.
Por un lado
teníamos a Gabriel de Woodford quien pertenecía a una antigua familia que aún
se aferraba con fuerza a los rituales
paganos y utilizaba cada oportunidad para discutir con los cristianos. Siendo
su abuelo acecinado en una emboscada por parte de una incursión de los Pictos junto con otros tantos
caballeros de Salisbury. Mientras que el padre de Gabriel había sido un importante caballero que había formado parte del grupo
selecto que había elegido a Uther
Pendragón como rey. Recibiendo como distinción una extraordinaria espada de
bronce que luego de su muerte fue heredada por Gabriel llamada ‘Fulgor’.
Con algo de sangre sajona en las venas Gabriel
era un gigante entre sus iguales y de una fuerza poco usual entre los candidatos a caballeros. Aunque sus brazos y
su cara habían sido quemados en un incendio donde justamente había muerto su
padre.
Otro de los jóvenes escuderos era Lewis de Pitton un joven
de
infancia triste, perseguido por la mala
suerte familiar. Su crianza y educación había recaído en gran parte en manos
del hermano de su madre Carlson “El valiente” llamado así en tono de burla dado que nunca había podido
convertirse en caballero por su gran cobardía aunque era un gran administrador. El tío había criado a
su sobrino bajo el dogma de la fe católica romana y esto había marcado a fuego
al joven Lewis desde muy pequeño
llegando a ser muy devoto. Lewis era
un joven responsable y un buen jinete.
Su voz era potente y sus ojos café trasmitían sinceridad.
A su vez amigo y
compañero de estos otros dos escuderos
teníamos a Héctor de Newton. Un
joven carismático, atractivo y lujurioso,
más dispuesto a las damas que a las
armas. Su cabello rojo, su baba en forma de chiva y su voz melodiosa lo
distinguían de todos los demás chicos de la zona. Su familia y en especial su padre habían
alcanzado una fama sin igual algo que todos destacaban al ver su escudo
familiar, cosa que siempre irritaba al
joven escudero dadas las continuas comparaciones y expectativas desmedidas que tenían todos sobre
él con respecto a sus antepasados. Héctor al igual que Gabriel seguía
las viejas costumbres de los dioses antiguos de los bosques y los lagos,
pero la religión era de las últimas cosas que le interesaban al pícaro escudero. Para lo único que tenía voluntad era para perseguir alguna falda en vez de
entrenar con sus armas.
Por último y no menos
importante estaba Branco, el joven señor de
Dinton. Un mozo diestro con
las armas pero muy poco aplicado a la limpieza y mantenimiento de las armaduras
y equipo. Siendo una y otra vez regañado por esto mismo por parte de Sir
Elad el Marshall de Salisbury quien
había entrenado a los cuatro jóvenes desde que ellos eran muy pequeños. Todos
ellos contaban ya con unos veintiún años de edad.
Y así sucedió que un día los campesinos del
pueblo de Imber fueron acosados por
una terrible criatura a la que le adjudicaban poderes sobrenaturales.
Asustados, los pueblerinos se negaban a trabajar las tierras del Conde y por lo tanto Sir Roderick le
encargó a Sir Elad que acabara con
la bestia y volviera al trabajo a los villanos.
Pero Sir Elad ocupado como estaba en tareas mucho más importante decidió
que dicha faena debía recaer en sus escuderos más prometedores. Por lo tanto
encargo a Héctor, Gabriel, Lewis y Branco la misión de resolver este problema. Para
decidir quién lideraría esta expedición se decidió que será atreves de una
justa. Siendo derribados tanto Héctor
como Gabriel por parte de Lewis. Pero este a su vez fue vencido por
Branco que como castigo por su
haraganería y llegar tarde al llamado se le obligó a justar con su caballo no preparado
para este tipo de contienda, pero a pesar de los nervios de su montura logro
imponerse ante los ojos de los atónitos aprendices.
Los escuderos viajaron
desde Tilshead, el castillo de Sir Elad, hasta Imber. Allí fueron recibidos por el sacerdote del pueblo, el Viejo Garr, un bastardo noble quien luego de discutir
con Gabriel dada sus costumbres
paganas les guió hasta el bosque donde se había visto la criatura. Ninguno de
los cuatro escuderos era buen cazador y fue el propio sacerdote quien los ayudo
a seguir las huellas de la bestia. Descubriendo que dicha criatura era un viejo
oso al que encontraron durmiendo en una cueva. Los escuderos decidieron
utilizar su ingenio y realizaron una fogata con leña verde para causar mayor
cantidad de humo en la entrada de la
cueva. Provocando que la criatura saliera asustada y enfurecida hacia el
encuentro de los jóvenes que lo esperaban con armas en manos.
Pero en el momento de la
acción la maldición familiar de Lewis
lo azoto y provoco que saliera huyendo de la criatura ganándose el nombre de Lewis “Pies ligeros” adjudicado por Branco. Mientras que los demás
caballeros se enfrentaron valientemente a la bestia espantada. El oso
desesperado en un embate de furia y dolor dado los golpes recibido por el hacha
a dos manos de Héctor, la espada de Branco y el mandoble de Gabriel
le propino justamente un golpe
demoledor a este último, arrancándole un ojo antes de caer abatido. Provocando
que desde ese día fuese conocido como “Gabriel
el ciclope” por parte de sus aliados y enemigos.
Los escuderos llevaron la
cabeza del oso hasta Imber, donde
los campesinos les recibieron con grandes muestras de alegría.
Cuando al día siguiente los jóvenes regresaban a Tilshead escucharon gritos de
desesperación en una pequeña villa. Un campesino herido les pidió ayuda, ya que
unos bandidos estaban saqueando su aldea. Los tres escuderos se lanzaron al
ataque mientras que Gabriel
permanecía convaleciente en un carro y se lanzaron al encuentro de tres
saqueadores. Lewis después a
redimirse capturo a dos ladrones con vida y cuando un tercer saqueador trató de
ensartar a Branco con un virote de
ballesta, Héctor salido de la nada y procedió
a noquearlo de un espadazo antes de que accionara el gatillo de la malévola arma.
Mientras que un ladino delincuente decidió encargarse del convaleciente
escudero, pensando que sería pan comido dada su supuesta debilidad. Pero el malviviente no advirtió que este a pesar de las vendas
ensangrentadas que cubría su ojos destrozado se había percató del
saqueador y tomo su legendaria espada dinástica llamada “Fulgor” y le propino un único
golpe que lo decapito por completo a pesar de las heridas sufridas por del gigante pagano con su encuentro con el oso.
Otros dos bandidos salieron de una cabaña cercana y se rindieron
ante los escuderos siendo llevados prisioneros. Los jóvenes viajaron con Sir Elad a la capital del condado, la
ciudad de Sarum para informar lo que
había ocurrido. Allí fueron recibidos por el Conde Roderick en persona el que quedó más que complacido por la
muerte del oso y la captura de los bandidos quienes luego fueron colgados como
dictaba la ley por aquellos años. Algo que molesto al joven Branco, ya que entre murmullos dijo que
“aquello no era verdadera justicia”.
Por la noche hubo una fiesta y se informó a los escuderos de
que serían nombrados caballeros el día siguiente. Tanto Lewis como Branco, como
buen cristiano, pasaron la noche en vela
en la capilla. Mientras que Héctor y Gabriel,
ambos paganos, prefirieron permanecer en el patio de armas, a la luz de la luna
rezándole a sus dioses.
El día siguiente el Conde
Roderick les tomó los juramentos de lealtad y caballería y les entregó sus armas
y armadura y el derecho a tomar posesión de sus feudos como sus legítimos
señores. Dando paso a una vieja tradición llamada el “salto” en donde los
jóvenes caballeros debieron correr con sus armaduras y subir de un brinco a sus
caballos. Logrando la terrible hazaña todos los recién nombrados caballeros menos Branco quien cayó al suelo aparatosamente causando la risa de todos
los cortesanos allí presentes.
El invierno llego y cada uno de los nuevos caballeros
volvieron a sus responsabilidades hogareñas
ahora como señores ansiosos por que llegara la primavera y con ella
nuevas aventuras.
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