Gabriel García Márquez |
Las categorías literarias están para revelarse inoperantes y entre generaciones, manifiestos y bums, la idea del parricidio ha sido recurrente en la narrativa, incluida la colombiana. No han faltado ‑ni faltan‑ autores con varias horas pendientes en el diván, pero la más reciente edición de la revista Granta en español muestra que desde los contemporáneos de García Márquez hasta los nacidos en los 70 hay un buen número de escritores sin complejos que no necesitaron renegar del paternal realismo mágico. En el Olimpo están los semidioses y en la tierra todos los mortales ya conocieron el hielo.
Colombia. Sus armas ocultas es el nombre de la Granta número 12, dedicada a brindar un panorama complejo de la ficción que se está escribiendo en Colombia: desde Nicolas Suescún (nacido en 1937) hasta Paola Gaviria y Andrés Felipe Solano (de 1977).
Andrés Felipe Solano |
Aunque la intención del número es establecer un diálogo antes que una antología, la elección de doce nombres colombianos que representan cuatro décadas muy distintas no puede pasar por debajo de la mesa y deja en el aire la cuestión de las ausencias. Fueron seis meses de lecturas, recomendaciones y consejos para llegar a estas armas ocultas, que en efecto comparten espacio con siete escritores internacionales: Louis de Bernières, Lydia Davis, Aleksandar Hemon, Alice Munro, Julie Otsuka, Majo Ramírez y el difunto corresponsal de The New York TimesAnthony Shadid. Los editores de la revista, Valerie Miles y Aurelio Major, tomaron el título del poema “Batallas hubo” de Álvaro Mutis: “el tiempo, en fin, con sus armas ocultas. / Nada nuevo.”, idea que define el carácter soterrado de la lectura que proponen.
Entre los doce elegidos no hay ascensiones al cielo ni narcotráfico y es ahí donde la propuesta transversal de Major y Miles merece un aparte: los relatos podrán gustar más o menos, pero todos configuran una narrativa de proyección internacional que ojalá convoque curiosidad entre otros editores, como ya ocurrió con la selección de los 22 autores jóvenes latinoamericanos y españoles, de hace año y medio, hecha por la misma revista.
Tomás González (1950) y Evelio Rosero (1958) pueden considerarse los de mayor prospección. El primero acaba de publicar en España La luz difícil, (Alfaguara), si bien había tenido una tímida presencia iberoamericana con Norma. Sus grandes momentos narrativos están hechos de supresión de elementos y ese carácter silencioso se refleja en los cuentos inéditos de Granta: “El lejano amor de los extraños” y “Nostalgia por el mar ya visto”.
Nicolas Suescún |
Del otro lado, Rosero ganó en 2007 el II Premio Tusquets de Novela conLos ejércitos, título que puede dialogar en igualdad de condiciones con cualquier clásico contemporáneo de la literatura iberoamericana. Este año publicó La carroza de Bolívar (Tusquets), y aunque el cuento “Como nunca en la vida” es de 1991, muestra la vigente habilidad del colombiano para relatar las tensiones tácitas en todas las relaciones que establecen hombres y mujeres. Dos escritores parcos en persona; comedidos y precisos en su obra.
Entre los doce elegidos no hay ascensiones al cielo ni narcotráfico y es ahí donde la propuesta transversal merece un aparte: los relatos podrán gustar más o menos, pero todos configuran una narrativa de proyección internacional que ojalá convoque curiosidad entre otros editores
Paola Gaviria |
Nicolás Suescún es el más cercano a la generación del boom en términos de edad y en “El predominio de la sensatez” habla de los tormentos de un político que trata de escribir sus memorias. Leerlo es asistir a una especie de monólogo indirecto, con una primera persona algo penosa similar a la de Fanny Buitrago (1945) en “Festejos en tu honor”, sobre la fama desgastada.
Aunque distintas formas de exilio están compartidas por los doce, Ricardo Cano Gaviria (1946), Jaime Manrique (1949), Eduardo García Aguilar (1953) y Nayla Chehade (1953) tienen la particularidad de haber vivido fuera del país tanto o más tiempo que adentro, por lo que incluso para los colombianos pueden parecer notas al margen de la literatura nacional. “Un león en la playa”, de Cano Gaviria, es el único sin nexos geográficos con Colombia, mientras que “Ifigenia colombiana”, de García Aguilar, es un buen ejemplo de cuánto cambia la rememoración de la infancia y la juventud cuando se hace desde otro lugar. Es el recuerdo de un episodio simbólico que reconstruye lo que somos, lejos del lugar donde estuvimos, como ocurre también en “Volver”, de Jaime Manrique, breve relato autobiográfico de su larga relación amorosa con un artista plástico.
El caso de Chehade merece un punto aparte, pues no ha publicado libro alguno en su país, pero “Ardiente es el paraíso” adelanta una novela y cuenta un episodio de la inmigración sirio-libanesa a la costa atlántica colombiana, el proceso de intercambio cultural más intenso que tuvo Colombia durante el siglo XX.
Aunque nacida en Quito, Paola Gaviria ‑nombre código: PowerPaola‑ es colombiana a casi todos los efectos y su “Km. 11” es la primera historia gráfica que publica Granta en español. Como ella, Carolina Sanín (1973), Juan David Correa (1976) y Andrés Felipe Solano, hacen parte de una generación nacida en los 70 que recientemente se ha abocado a escribir sobre su experiencia ante la violencia colombiana de los 80 y los 90, si bien entre los tres solo el relato de Correa, “Los cuerpos”, se mueve en ese contexto. En “Apocatástasis” Sanín hace un ejercicio metaliterario,bellatiniano, y en “Los hermanos Cuervo” Solano brinda otro adelanto de su segunda novela, muy esperada tras su inclusión en la Granta de los jóvenes narradores latinoamericanos.
Cuatro décadas de un país que no se compone solo de realismo mágico, doce escritores que se reconocen en esta lectura colectiva. Ni incesto, ni parricidio: las armas ocultas de Colombia están hechas de literatura.
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